Tambalear las bases normalizadas y convertirlas en (re)acciones de valor

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«Joven serás durante un tiempo, mujer serás siempre».

 

Con esta reflexión tan simple y evidente me di cuenta de que, por una cosa, por la otra o por la combinación de ambas -hasta donde mi recuerdo alcanza desde que la música clásica forma parte de mi vida-, he tenido que sobresforzarme para demostrar mi valía. En la etapa formativa es lógico mostrar las capacidades adquiridas, pero en la esfera profesional sentir cuestionadas mis habilidades -con un CV suficientemente solvente- no me parece aceptable. Pese a que esta industria arrastra estigmas conservadores, nunca pensé que estos podían frenar mi desarrollo profesional. En cualquier caso, matizo que estas percepciones son plenamente subjetivas. Asimismo, conforme me he adentrado en la producción musical, más experiencias similares -procedentes de compañeras- he conocido.

 

Pudiéndose tratar de cualquiera -y eliminando el filtro LinkedIn- me permito contextualizarme en tercera persona. Niña de un entorno familiar no musical -con ciertas habilidades de escucha- comienza a aprender a tocar el violín con sus amigas del colegio como actividad extraescolar. Típico. Prospera y quiere profesionalizarse, por lo que -aún con dudas adolescentes y parentales- ingresa en el centro superior de música del País Vasco. No tan típico. Finaliza su formación en interpretación clásica -a sabiendas de que nunca ejercerá como tal- insegura y con miedo a fracasar, pero negándose a aceptar una salida laboral que no le llena. Anómalo. La curiosidad por el sector cultural la lleva a especializarse en la Sorbona -universidad de prestigio en las artes liberales-, donde además de desarrollar la creatividad crítica comprende el significado de los conceptos libertad, igualdad, fraternidad… sororidad.

 

Sin entrar en ejemplos concretos, estos conceptos cobran verdadero sentido al practicarlos. Observando desde el prisma actual, me doy cuenta de que en el momento -puede que amparada por el cambio de lenguaje o de ejecución- estaba modificando mi archivo de creencias de manera inconsciente. Una ruptura de barreras que fue clave para desprenderme de hábitos profundamente arraigados desde la infancia. Me deshice de un patrón de conducta diseñado para ser reproducido y formulé otro que fuera beneficioso para mí. Proyectarse hacia el éxito sin limitaciones preconcebidas con la idea de que “el punto de partida es creer en la capacidad de una misma”. Desde luego que a esta conclusión entrecomillada no llegué sola. Fue el fruto de compartir sensaciones con compañeras de alma mater -(re)encontradas en el escenario profesional- con las que el 8 de marzo de 2021 fundamos ESAS – Red de Mujeres Artistas y Creadoras. Con ella, fomentamos sororidad en el emprendimiento defendiendo que “juntas sonamos más”, visibilizamos que la metáfora del techo de cristal -o las barreras invisibles que las mujeres encuentran para avanzar en su trayectoria profesional- es cada vez más tangible y criticamos la carencia de referentes.

 

Si bien el mundo musical al que pertenecemos es clásico, pero la tradición no debería estar por encima de la evolución y cambios de modelos sociales, me pregunto: ¿cómo es posible que el mayor escaparate de la música clásica retransmita cada Año Nuevo la imagen más arcaica de la misma? Sin entrar en polémicas de Twitter, ¿por qué en las salas de conciertos clásicas observamos que nuestras orquestas profesionales apenas llegan a un tercio de representación femenina en sus plantillas? ¿Y qué decir de las especialidades segregadas y sus líderes? Si en las aulas la mayoría somos chicas, ¿en qué momento interiorizamos que somos músicos y la supremacía del género masculino en la terminología? ¿En qué parte del camino se pierdan mis compañeras o sus motivaciones para acabar rodeada de hombres en el trabajo? Los últimos estudios de género especializados en Euskadi esclarecen problemáticas como que la precariedad del sector cultural dispara la brecha salarial y la paridad en el sector evoluciona muy lentamente. Como resultado obtenemos el veto de cargos de responsabilidad y una gran situación de desigualdad entre hombres y mujeres, pero todavía se escuchan juicios en torno a las acciones de discriminación positiva, tachándolas de intrusismo y/o falta de profesionalización. ¿Será la escasez de datos objetivos lo que propicie los discursos radicalizados y/o victimistas? Y volviendo al titular -que lleva tanto tiempo calando en mí- que ya ni recuerdo su origen, ¿por qué al llegar al cara a cara en incontables ocasiones me han saludado con “¡uy, te imaginaba mayor!” como si fuera un cumplido? ¿Modifiqué mi apariencia cortándome la melena y adopté una forma de vestir más neutra para parecer menos joven o menos mujer?

 

La sensación de sentirme en el punto de mira y juzgada por mi aspecto me hacía pensar que -independientemente de mi edad- si no representaba a una superwoman siempre estaría en el eslabón bajo de la jerarquía. No me amparo en la queja ni me siento una víctima del sistema, aunque siempre he tenido la sospecha de que si fuera un hombre no se habría dado tal examen. Afortunadamente -además del propio instinto de supervivencia- también he heredado de mis mentoras resiliencia y fortaleza para seguir, y he tenido compañeros que -lejos de sentirse invadidos- me han tendido la mano y empoderado frente a la adversidad. Los años de trabajo en el backstage de instituciones y agrupaciones del territorio como el propio Musikene, la Sociedad Coral de Bilbao, Trío Zukan, Bilbao Sinfonietta, Quincena Musical o Musikagileak, me han hecho crecer profesionalmente. Conocer el sector desde diferentes perspectivas no ha dado respuesta a todas las preguntas, pero sí me ha permitido tomar conciencia y reivindicar herramientas de mejora en pro de la igualdad, sin enfrentamientos entre sexos y dando las mismas oportunidades.

 

La pretensión de mi mensaje es influenciar positivamente -sin sonar a post de Instagram- a quienes me lean para que se desarrollen plenamente. Este altavoz supone para mí un ejercicio de responsabilidad para con el resto. El reto es que tanto hombres como mujeres se cuestionen al respecto, sin censurar su potencial, consensuar un compromiso colectivo y materializar el “vivir en sinfonía” con perspectiva de género. Mis reflexiones no suponen un manifiesto, no constituyen una verdad absoluta, únicamente son fruto de la experiencia vivida hasta la actualidad. Lo que está claro es que lo que hoy son anécdotas, en el momento fueron un riesgo, porque si algo conlleva romper acciones autómatas -tomando las riendas y amenazando la estabilidad- es salir de la zona de confort. Pequeños gestos que no pretenden sumarse a las tendencias del momento -tiñendo todas las identidades de morado-, sino generar una repercusión en el mañana, tambalear las bases normalizadas y convertirse en (re)acciones de valor atemporales y transversales.

 

Nekane Díaz

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